J1 - RELATO/INFORME BATALLA GUERREROS DEL CAOS vs IMPERIO


Llamas en Hereldstatt.




Las brumas matutinas se arremolinaban en los campos de labranza alrededor de Hereldstatt, una pequeña localidad en la frontera Norte del Imperio. La luz del crepúsculo bañaba los tejados de las pequeñas chabolas del linde del pueblo, como cada día, y los campesinos se preparaban para sus quehaceres diarios.
De pronto, la campana de alerta de la pequeña localidad comenzó a tañerse de forma frenética. A lo lejos, una partida de guerreros del caos...Pronto los gritos se adueñaron de la aldea, y los campesinos hacían acopio de todo lo posible antes de echarse al camino para huir de los guerreros del Caos. Estos guerreros, más de una cabeza de altos que cualquier otro humano, vestían armaduras de hierro negro, por el cuál destacaban unos hilos de magia refulgente, envolviendo a cada guerrero como una imagen de pesadilla. Por si fuera poco, estos guerreros del infierno estaban acompañados por unos ogros enfundados en armaduras pesadas les acompañaba a la masacre, y alrededor de estos monstruos inhumanos, aullaban, ladraban y gruñían perros de caza deformados y hambrientos de sangre.


Las casas más alejadas del centro del pueblo ya empezaban a arder, y los llantos y lamentos de aquellos campesinos demasiado lentos como para huir a tiempo ya se podían escuchar. Por fortuna, una pequeña guarnición se encontraba de maniobras en la zona, y pronto acudieron a la llamada de socorro de los aldeanos. El capitán de tal guarnición no era otro que el valiente veterano Manfred von Bock, líder de los Alabarderos.
Pronto los defensores del imperio montaron una línea de disparo que sería la defensa de la pequeña población, entreteniendo a los incursores, o incluso ahuyentándolos, si la pólvora lo permitía.



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Barakar Kul  tenía la mirada fija en su presa, una pequeña población del imperio, en mitad de ninguna parte, y ya casi podía saborear la matanza y la destrucción inminentes. Su cuerpo le impelía acercarse a la aldea, y hacerla cenizas, encontrar y descuartizar a cualquier aldeano que se cruzase en su camino y sabía que iba a hacerlo por el simple hecho de darse el gusto de hacerlo, Barakar no era un guerrero que se refrenase.
Tomando con fuerza el mango de su alabarda, el guerrero del Caos señaló la aldea, y soltó un rugido que todos sus seguidores lo entendieron, desde su fiel compañero Tolgar hasta el más tonto de sus perros de presa, pasando por los poco lúcidos ogros, entendieron que debían arrasar el asentamiento.



Sin embargo, justo cuando empezaron a dar rienda suelta a su frenesí destructor, los ecos de unas pequeñas detonaciones se escucharon por todo el campo alrededor de la aldea. Instantes después, los lamentos de los perros de presa se podían escuchar entre los de los campesinos moribundos, unos batidores habían tomado posiciones y atacado el pequeño grupo de caza.




Barakar Kul se relamió de placer…por fin encontraba a alguien que pudiera plantarle algo que se pudiera considerar oposición...llevaba semanas deambulando por esas tierras saqueando y destruyendo a placer. Por fin sus ruegos obtenían respuesta, y su alabarda Quiebracorazas probaría sangre una vez más.
Sus hombres se abalanzaron hacia la nueva amenaza, sin importar las balas que caían a su alrededor o las que impactaban en sus corazas, su armadura era fuerte y les evitaba la mayor parte del daño, y el poco que sufrían no les importaba lo más mínimo. Siguieron corriendo para cruzar el terreno que les separaba de sus presas, sin importarles lo más mínimo su seguridad, sólo querían matanza y muerte.



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El imperio era bien conocido en el mundo por sus armas de pólvora, así como por la valentía de algunos de sus veteranos más experimentados. Manfred von Bock era uno de esos hombres excepcionales. Había tenido la suerte de estar de maniobras en esta zona del Imperio justo cuando los ataques de los hombres del Caos comenzaron, y no dudó en reclutar una guarnición de defensa para repeler los ataques.
Sus hombres eran buenos tiradores y estaban bien entrenados y eran disciplinados, más de lo necesario para parar el músculo descerebrado de los atacantes del Norte.  O eso pensaba Manfred después de sus años de servicio. Pero lo ocurrido ese día cambió su concepción de los guerreros del caos para siempre.
Los brutales guerreros avanzaron a grandes zancadas por el campo de batalla.... Esos gritos de batalla guturales y la velocidad a la que estos guerreros avanzaban ya lo había visto antes, y se lo había explicado a sus hombres de tal manera y con tal realismo, que incluso los reclutas más jóvenes podían tener una idea exacta de lo que se iban a enfrentar. Así pues, impávidos, montaron una sólida línea de tiro en el linde sur de la aldea, de forma a cubrir a todas las unidades del Caos que la habían empezado a saquear.



Cuando la línea de fuego estuvo lista, Manfred ordenó fuego a discreción, pues sabía que un baño de plomo era un buen remedio contra la enfermedad del Caos, y la mejor manera de sobrevivir si debían plantar cara y combatir en cuerpo a cuerpo a estos engendros.
‘Hay que ponerlos un poco blandos antes de trabarnos con ellos, muchachos, ¡¡¡esforzaos al apuntar!!! ¡¡¡¡Hay que derribar a todos los posibles antes de pasar al ataque!!!!’
Después de las explosiones sincronizadas de su línea de disparo, Manfred pudo ver cómo caían bestias, guerreros y ogros del Caos. Henchido de orgullo por sus hombres, y con una sonrisa en la boca, ordenó el avance al combate:

‘Cargaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaddddd!!!!!!’



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Barakar Kul seguía corriendo hacia los humanos que parecían poder combatir en cuerpo a cuerpo, como siempre llevaban poco metal, nunca sabía distinguir cuál era su función en la batalla. A medida que se iban acercando a la línea de combate humana, pudo ver cómo la unidad de perros era abatida por plomo y más plomo, y justo cuando se centró en su objetivo, un gran estruendo le sacó del frenesí de batalla por un instante.
Dos grandes explosiones consecutivas sacudieron el campo de batalla, y el caudillo del Caos pudo ver cómo los ogros que le acompañaban iban cayendo a pares, sus brazos mutilados saltaban por los aires y la sangre regaba a los ogros que seguían corriendo hacia sus enemigos, que ocuparon sin ninguna duda el sitio de los caídos. Por un momento dudó de las posibilidades de su ataque, pero en ese instante, una furia incontenible se adueñó de su cuerpo, giró hacia el enemigo y se dispuso a correr hacia él con un frenesí destructor. Sus guerreros le acompañaron, como no podía ser de otro modo, y cruzaron el campo de batalla bajo la lluvia de proyectiles.


Finalmente llegaron a distancia de carga, pero se vieron sorprendidos pues fueron los alabarderos quienes cargaron primero, sin duda inspirados por la presencia de Manfred von Brock, su número, y que habían sido testigos de la destrucción de los ogros gracias a su línea de fuego.
Barakar esbozó una sonrisa, y una sonrisa ronca salió de su boca. Su presa iba directo hacia él, seguramente se habría dejado engañar por el número de guerreros bajo su mando. Sus guerreros eran un puñado, pero le había acompañado a lo largo de cientos de batallas, en innumerable incursiones y saqueos, habían esclavizado y subyugado a otros hombres sin compasión, habían destruido aldeas y quemado hasta los cimientos fortalezas inexpugnables. Ahora estaban en el Imperio, y ahora harían temblar a sus habitantes de puro terror.
Señalando con su alabarda al humano con más plumas en su casco, y gritándole una maldición a pleno pulmón, Barakar dio por iniciado el desafío. Ambos contendientes se evaluaron en un instante, y pronto el combate comenzó. Barakar asestó un par de golpes con su albarda, que Manfred pudo desviar a duras penas. Al ver que la guardia de su oponente estaba baja, Barakar golpeó con el mango de su alabarda con su mano baja en el costado de Manfred con todas sus fuerzas.
Tras impactar en el lateral de la coraza, el soldado humano se elevó varios metros sobre el suelo, y al caer, sus hombres le tuvieron que coger en volandas. Inconsciente por el golpe, Manfred Von Brock fue retirado del campo de batalla por sus hombres, que corrieron para poner a su instructor a salvo, y de ser posible, organizar una defensa más dura con los refuerzos que de seguro llegarían de alguna capital de provincia.



Sin la oposición de ninguna unidad de combate, los guerreros del caos traspasaron las líneas imperiales como hierro fundido en la nieve. Primero los tiradores a pie, y luego el cañón de salvas, fueron aniquilados hasta el último hombre. Las ruedas serían convertidas en astillas y alimentarían las fogatas del banquete, y el metal de las armas sería reforjado para renacer con la única forma verdadera de un arma: gloriosas armas de combate cuerpo a cuerpo.




Sólo después de que sus hombres pusieran tierra de por medio, Manfred von Brock se despertó de su inconsciencia, y solo pudo ver a lo lejos a los tiradores montados disparando salva tras salva a los guerreros del caos. En ese momento, sólo pudo soltar una maldición, toser sangre y caer inconsciente de nuevo.

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Aquí se adjuntan las listas de ejercito a 750 puntos de ambos generales:





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